[Educación Inclusiva] El acoso escolar a personas ciegas
Elisabeth Díaz
eliydiaz en yahoo.es
Lun Jun 12 21:59:48 CEST 2017
Hola a todos.
Lo primero, muchas gracias a Jose Manuel por contar su historia, que por
supuesto no ha debido ser nada fácil ni agradable volver a rememorarla, y
también gracias por abrir este gran tema.
Voy a empezar con mi experiencia, y luego con mi opinión (no sobre el acoso,
sino sobre la socialización en la escuela ordinaria de las personas ciegas,
que está en cierto modo relacionada). Aclaro que soy una persona ciega total
(veo luz y colores pero no es funcional) y lo soy desde el nacimiento, sí
creo que esto es importante porque los recursos de los que se dispone no son
los mismos sin resto visual que con él (no digo que tener resto visual exima
a los niños de vivir estas situaciones) y tampoco es lo mismo no haber visto
nunca que haberte quedado ciego más mayor (tampoco creo que sea mejor o peor
una cosa que la otra pero es posible que las experiencias vitales en este
tema sean también distintas).
En mi vida académica y profesional he dado muchas, muchísimas charlas a
alumnos y a futuros profesionales del ámbito de la educación y éste es un
tema que siempre abordo porque sin duda es el que más me preocupa, mucho más
allá de lo meramente académico donde por suerte cada vez, gracias a los
recursos existentes, se van realizando muchos avances.
Pero lamentablemente en la relación entre personas, los avances no se
producen a la misma velocidad o en la misma dirección, por mucho que lo
intentemos a través de la inclusión de las personas ciegas en las aulas
ordinarias, dinámicas de concienciación, charlas. ¿Qué falla? ¡No lo sé!
Un profesor de la Universidad, cuando estudié Magisterio de educación
Infantil hace dos años, me confesó que había hecho su tesis doctoral sobre
esto y que era la gran asignatura que creía que nunca (o al menos por el
momento) se iba a poder solucionar.
Bien, explico brevemente mi paso por el colegio e Instituto.
A diferencia de Jose Manuel, tengo que decir que yo nunca fui acosada, si
bien la sensación de “hacerme el vacío”, como él mismo denomina, la he
tenido durante toda la escolarización en los recreos y actividades
extraescolares (no dentro del aula, esto también lo aclaro).
Los primeros recuerdos que tengo al respecto son ya de los primeros cursos
de EGB. Yo estudié esta etapa educativa en un colegio privado muy, muy
pequeño, que solo tenía un aula por curso y en la que, como mucho, éramos 20
alumnos. Cuando yo estudié la integración educativa empezaba a darse y no me
aceptaban en cualquier colegio, además de que mis padres consideraban que en
un colegio tan pequeño estaría mejor atendida, y así fue, en general guardo
muy buenos recuerdos de esta etapa salvo de la hora de los recreos.
Pues bien, ya desde muy pronto recuerdo verme sola en el recreo, en cuanto
sonaba la campana mis compañeros salían corriendo y no jugaban conmigo. Si
yo me acercaba a ver qué hacían, inmediatamente salían corriendo para que no
los pudiese encontrar. Me pasaba los recreos sola, con la “suerte” de que,
por el trabajo de mis padres, comía en el colegio y tenía media hora de
recreo por la mañana y dos horas en el periodo del comedor.
Utilicé varias estrategias al respecto: si mis padres o mi abuela (que vivía
fuera y venía a visitarnos una vez al mes) me compraban caramelos, en vez de
comérmelos los guardaba y se los daba a mis compañeros; cuando sabían que
tenía caramelos ese recreo sí jugaban conmigo. Al principio se los daba al
inicio del recreo pero luego observé que esto implicaba que a los diez
minutos se marchaban, por lo que aprendí y opté por dárselos al final.
Otra cosa que funcionaba era que se pelearan entre ellos (no gracias a mí,
jeje). Cuando en los juegos discutían, el niño que había discutido con el
resto, venía a jugar conmigo; claro, era mejor eso que estar dos horas de
recreo sin hacer nada. Yo siempre pensaba que si se enfadaban por turnos,
cada día con uno, yo tendría los recreos solucionados pero claro, la vida
cotidiana no funciona de este modo.
Dado que yo con este tema lo pasaba muy mal, los profesores decidieron
“tomar cartas en el asunto”, con una idea tan buena como castigar sin recreo
a mis compañeros por no jugar conmigo. Imaginad qué efecto tan beneficioso
tuvo esta ocurrencia sobre todos nosotros.
Así que me pasé los recreos desde los seis a los catorce años sola. Daba
paseos por el patio, hablaba con los niños más pequeños, les organizaba
obras de teatro… (de ahí creo que viene mi gran vocación social y como
profesora). A diferencia de Jose Manuel mi actitud nunca fue agresiva (me
gustaría saber qué se denomina actitud agresiva), sino más bien inhibida,
digamos que protestaba, lloraba…, y terminé aceptándolo con resignación.
Fueron muchas horas y fue duro, cuando llegaba a mi casa llorando porque no
jugaban conmigo mis padres lo único que me decían era que no se podía hacer
nada, que ellos jugaban a otras cosas diferentes…
Reitero que a pesar de esto en clase no tenía problemas, me hablaban con
normalidad, participaba en los trabajos en grupo, y sí creo que me querían y
aceptaban… pero siempre con la mediación de un adulto, claro. De hecho a día
de hoy sigo en contacto con diez de mis compañeros de colegio y quedamos
para comer cada dos o tres años.
Pues bien, pasé al Instituto; antes se pasaba a los catorce años y a mí
sinceramente me parece un acierto; yo fui la última que estudié BUP y en
muchos centros ya se iniciaba la ESO, con lo que los chicos cambiaban de
centro mucho antes, a los doce años. Mi centro también era concertado, ya
que era el que más cerca estaba de mi casa y el nivel educativo era bueno. A
este centro solo pasamos cuatro niños del mismo colegio, por lo que apenas
conocía a nadie.
Pues bien, como intentaba deciros, en este lugar (el Instituto) digamos que
para mis compañeros era total y absolutamente invisible, como si no
existiera. En clase no hablaban conmigo, en los recreos o excursiones por
supuesto tampoco… En la adolescencia, que también empiezan a quedar entre
ellos para salir, supondréis por lo anterior que tampoco contaban conmigo...
No exagero cuando os digo que creo recordar solo dos o tres nombres de
compañeros del Instituto.
No tengo ningún tipo de opinión positiva sobre esta etapa a nivel social y,
si bien nunca sufrí acoso salvo algunas pequeñas burlas, preguntar y que se
fueran sin responder…, considero que el que 35 personas (multiplicado por
cuatro aulas) hicieran como si no existieras, no es un comportamiento
aceptable tampoco.
A nivel académico fue bien y no tuve problema y, a diferencia del colegio,
los profesores no intervinieron en ningún momento (aunque fuera con métodos
antipedagógicos) ya que, al no existir violencia de por medio, parece que
las relaciones entre alumnos, como no corresponden a ninguna asignatura
concreta y están en terreno de nadie, no son importantes para el
profesorado.
En la Universidad, ya no tuve problemas, si bien en este contexto las
relaciones son diferentes, no se comparten tantas horas juntos…, aun así la
situación cambió por completo.
Pocos años después trabajé de monitora en campamentos con niños y niñas con
discapacidad visual entre los cinco y 18 años y pude observar que éste era
un problema común, en sus distintas acepciones que iban desde el ignorar
nuestra presencia (como en mi caso) al acoso más absoluto.
A día de hoy me consta que es una dificultad que se sigue dando y a la que
no se sabe cómo poner remedio. Se ha tratado de incluir profesionales en
algunos recreos (monitores, integradores sociales…), pero cuando se van la
socialización no funciona. Se ha tratado también de concienciar,
sensibilizar…, pero tampoco se dan los resultados esperados.
¿Consecuencias?
Bueno, creo que a nivel sí las tiene, evidentemente más o menos en función
de la persona y de cómo sean el resto de sus ámbitos sociales (amigos del
barrio, de sus padres, hermanos y primos…).
La primera es la de no recordar parte de tu infancia como algo positivo y
eso sinceramente es una pena.
La segunda es el no poder ejercitarte en determinadas habilidades sociales
que solo se pueden ejercitar en las relaciones interpersonales (discutir,
perdonarse, que se interese una persona por ti en especial…) por citar las
más genéricas que se me ocurren.
La tercera, puede que en algunos casos los adultos que han sufrido esto
tengan cierto “recelo” ante las relaciones sociales, es decir, no sepan o
quieran o se sientan capaces de generar nuevas relaciones sociales.
¿Qué hacer?
Ante esto no tengo respuesta y la llevo buscando muchísimos años, cuando veo
a niños que a día de hoy sufren con esto y me veo plenamente identificada.
La personalidad de cada niño, su ambiente educativo, la presión de grupo,
los roles establecidos…, generan situaciones de “acoso” al más vulnerable, y
mientras no se cambien estas dinámicas creo que es difícil dar la vuelta a
este tema.
Yo escucho a niños de Secundaria cuando los tengo que cuidar porque están
castigados (es parte de mi trabajo) decir auténticas barbaridades de otros
y, cuando les pregunto cómo creen que se sienten esas personas me dicen
claramente que “les da igual cómo se sientan”, que “les importa una mierda”
(perdonad por la expresión).
Lamento terminar este correo de manera tan poco esperanzadora, pero creedme
que a mí como persona y como profesional es algo que me preocupa (por mi
experiencia vital, imagino) e intento inculcar en mis alumnos todo lo
posible para que esto no pase entre ellos, por supuesto, y para que puedan
evitarlo en la medida de sus posibilidades como futuros profesionales, pero
la inercia es tan fuerte y los cambios tan lentos…
Un saludo
Eli
De: EducacionInclusiva [mailto:educacioninclusiva-bounces en mailmanlists.eu]
En nombre de José Manuel Delicado Alcolea
Enviado el: lunes, 12 de junio de 2017 21:00
Para: Lista Educación Inclusiva
Asunto: [Educación Inclusiva] El acoso escolar a personas ciegas
Hola a todos, queridos miembros de educación inclusiva.
Antes de nada, os aviso: en el asunto pone personas ciegas, no personas con
discapacidad. En este sentido, de otras discapacidades no entiendo, y de
otras historias tampoco, sólo de la mía.
Hoy me gustaría tocar un tema que influye directamente en la calidad de
nuestra educación: el acoso escolar. Es un tema bastante espinoso del que
nadie se atreve a hablar, bien sea por miedo, por vergüenza o porque ha
tenido la suerte de no vivirlo. Sin embargo, ahora se está poniendo de moda
con todo esto de los protocolos, las medidas que no funcionan, los suicidios
que han provocado que se haga todo lo anterior, etc. Porque sí, tenemos que
llegar a hablar de suicidios y palizas grabadas y subidas a las redes para
que se empiecen a tomar medidas contra el acoso.
El acoso escolar es más frecuente de lo que parece, y más en nuestro
colectivo. Con frecuencia, con mucha frecuencia, se confunde con "cosas de
críos" o "bromas".
Escribo este hilo porque me gustaría que compartiéseis vuestra experiencia,
si la tenéis. Hacedlo sin miedo, contarlo es el primer paso. Me gustaría
también que diéseis vuestra opinión al respecto, tanto si habéis sufrido
acoso como si no. Por supuesto, las soluciones a los problemas también son
bienvenidas. ¿Os ayudaron? ¿Conseguísteis resolverlo por vosotros mismos?
¿Habéis tenido una infancia normal y corriente y pensáis que estoy loco y
este hilo no tiene sentido?
Como quiero predicar con el ejemplo, os voy a contar mi historia.
Mi época oscura comenzó a finales del 99, teniendo yo 8 años, y 8 años duró.
Mis padres me habían cambiado a un colegio concertado, donde la calidad de
la educación era más alta y había disciplina y orden, cosas que faltaban en
el público donde había comenzado a hacer primaria. He de decir que aunque
con los años ha ido descendiendo, la calidad educativa fue buena. Sin
embargo, la relación con los compañeros no tanto.
Durante los primeros 3 años la cosa no fue mal. Tenía amigos con los que me
llevaba bien, compañeros con los que no, y podría decirse que disfrutaba de
la infancia como la mayoría. Tenía mis peleas, eso sí, y un carácter
peculiar que me trajo más de un disgusto. Sin embargo, todo se torció al
llegar a 6º de primaria.
Ya en 5º tenía disputas con bastantes de mis compañeros, y me metí en una
espiral descendente que culminó con la llegada de un par de repetidores en
6º. Los repetidores, si llegaban tan pronto, estaban muy mal vistos. Ser
repetidor en aquella época significaba que, aparte de sacar malas notas,
eres conflictivo. Y efectivamente, estos lo eran. Sin embargo, y a pesar de
que me daban miedo, dejé a un lado esos prejuicios e intenté relacionarme
con ellos. Por supuesto, la cosa no fue nada bien. Primero comenzaron siendo
pequeñas burlas. Me daban collejas, leves tirones del pelo, o simplemente me
tocaban sin mi consentimiento los brazos o la cara, para después retirar la
mano rápidamente y reírse. Como imaginaréis, cuando yo iba a responder ya no
estaban allí. El resto de mis compañeros, al ver lo divertido que era, se
fueron sumando con el paso de los días.
Pensad en la sensación. Es humillante, ¿no? A mí me resultaba así. Se
aprovechaban de mi discapacidad visual, no estábamos en igualdad de
condiciones. Eso hacía que me cabreara y me defendiera de una forma un tanto
agresiva, lo que llamaba la atención de los profesores. Según decían, la
culpa era mía. Por lo visto yo era muy agresivo, y ellos sólo "me gastaban
bromas" a las que "no me acostumbraba". ¿Cuándo dejan de ser bromas para
convertirse en acoso?
La respuesta a esta pregunta no tardó mucho en llegar, ese mismo año. Una
mañana, salí al recreo con un amigo con el que hablaba frecuentemente. Me
dijo: "Jose, te tengo que llevar a un sitio, y lo siento mucho, porque si no
te llevo voy a cobrar yo". Me llevó a una zona apartada del patio, donde
comenzaron a lloverme patadas y collejas por todos lados. No eran dañinas
físicamente, pero por suerte los profesores intervinieron esta vez a mi
favor, aunque quedó como un hecho aislado.
Los días pasaban, y los problemas seguían. Tirones de pelo, la mochila me
desaparecía misteriosamente, y yo me iba volviendo cada vez más agresivo,
tras pedir ayuda una y otra vez mientras los profesores me ignoraban. Pero
bueno, cuando llegué a 1º de la ESO, dejaron de hacerlo! Menos mal, ¿no?
Pues no.
Un buen día, tras una multitudinaria pelea, una de las profesoras me dijo
que por cada lío en el que me metiera suspendería un examen. Lió a mis
padres para que firmaran unos papeles que lo autorizaban, haciéndoles creer
que eso era bueno para mí. Y claro, a estas alturas sería normal
preguntarse: ¿qué hacías todavía en el concertado? Pues nada, que
seguramente el mundo público sería peor, que cómo me iban a sacar de ahí.
La medida no se hizo esperar: poco tiempo después saqué un 9 en un examen de
lengua, que se convirtió por arte de magia en un 4. Mis compañeros, por su
parte, habían decidido innovar: ahora me golpeaban la cabeza contra la pared
más cercana (cuando estaba cerca de una), me pintaban las manos con
bolígrafos y lápices, y me pinchaban con portaminas, de esos ultrafinos. La
sensación es muy parecida a la de la aguja de un análisis de sangre. ¿Y qué
hacía yo? Poner buena cara, sonreír siempre y... aceptar los hechos como
normales. Exactamente lo que jamás se debe hacer. Con los años, mi nivel de
expresión oral fue descendiendo (y los que me hayáis conocido en aquella
época lo sabréis o ataréis cabos), pero mis notas se mantenían altas.
Supongo que por eso nunca saltaron las alarmas.
Allá por 3º de la ESO, los profesores intentaron remediar la situación a su
manera: "Si os metéis con él, os pongo un parte". Consecuencias: "Mira Jose,
pasamos de ti, que nos van a poner un parte".
En 4º de la ESO terminó el acoso, mis compañeros estaban madurando por fin.
Como yo me había quedado hecho un desastre, al acoso le siguió el vacío. Me
daba exactamente igual estar rodeado de compañeros, estaba siempre solo.
La historia tiene final feliz, y lagunas; cientos de miles de lagunas. De
aquellos años recuerdo poco, dicen que el cerebro tiene mecanismos de
defensa que se encargan de eso. Tuve más problemas, más heridas y más
exámenes suspensos a la fuerza. Cuando acabé la secundaria en el 2007 fui a
hacer bachillerato a un instituto público, donde me convertí en uno más de
la clase, y uno más de un numeroso grupo de amigos. Desde entonces no he
vuelto a tener problemas, y cada vez que los he visto acercarse los he
resuelto de la forma más pacífica y diplomática posible.
Y esto, amigos, es a grandes rasgos un resumen de algo que jamás debería
volver a repetirse en ningún colegio o instituto, con ningún ciego o
vidente. Lo he pasado fatal mientras abría el baúl de los recuerdos para
contaros esta historia, porque no es plato de buen gusto. ¿Y secuelas?
¿Quedan secuelas? Físicas, por suerte, no. Psicológicas... sí, pero no me
meteré a contar cuáles. Hace ya 10 años que acabó aquello y no creo que
tengan cura. Simplemente os diré que a veces aún tengo pesadillas.
En la tele nunca vemos este tipo de acoso, al que he decidido llamar acoso
por desgaste. Sólo vemos los extremos.
Ahora es vuestro turno. Os toca hablar, y me gustaría que lo hagáis igual
que lo he hecho yo.
Un saludo.
------------ próxima parte ------------
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